Trato de recordar el momento exacto en que pasé
de pensar “me iría demasiado” a decidir tajantemente “me voy”, pero no lo ubico
con exactitud porque me pasaron demasiadas cosas en los últimos años. Pero sí,
yo en algún momento dije “me iría demasiado”, quizá sin tanto mandibuleo, quizá
con un corte de pelo menos llamativo, seguramente desde el apartamentico de 50 metros cuadrados donde
vivía y no desde la quinta con jardines
en Oripoto en donde lo hacen los chicos
de Caracas Ciudad de Despedidas. Pero lo dije, así como lo han dicho
prácticamente todos mis amigos y conocidos entre 20 y 30 años, aunque muchos de
ellos lleven dos días destilando odio contra el chico mal peinado que ahora
pasa a la posteridad como un meme.
Es innegable que los muchachitos de la
Monte Ávila nos sacudieron la cabeza y el hígado a todos, a algunos les removieron
los más profundos resentimientos, a otros la creatividad para el chalequeo –
que siempre está a la orden del día en mi patria querida- y a unos cuantos, los
menos, desafortunadamente, nos han movido las tripas de lo incómodo, las de la
pena ajena, la tristeza de recordar, que no descubrir porque no podemos ser tan
ingenuos, que nuestro principal problema es que somos varias Caracas, varias
Venezuelas, y no nos gustamos ni un poquito entre nosotros.
Yo podría entender la indignación, incluso
la rabia, de un chamo que mira este video desde un cyber porque en su casa no
hay internet, que se entera dentro de un mes y por televisión de que existe esto
(porque no alcanza a la inmediatez de tuiter), y quiere entrarle a patadas a estos
sifrinitos que no saben qué hay de Altamira para allá. Pero no puedo entender a
ninguno de mis conocidos que se hace el ofendido ante estos niñitos ricos y los
critica tuiteando desde su iphone, mientras le avisa por wassap a sus amigos
que ya “se fueron demasiado” y viven en otro país, para que entre todos les
puedan caer en cayapa a los cinco ingenuos que se prestaron para salir en la
tesis de un pana.
La realidad es que la mayor parte de la
gente que me rodea, esa que fue a la universidad y no pasa de los 35 años,
tiene un montón de panas como los del video, yo misma tengo varios, por ejemplo. Y todos mentan
madres contra Caracas y seguramente han deseado montarse en un avión e irse pal
coño, cada vez que un motorizado les ha robado el BB en la autopista, pistola
en mano. Ni les cuento de la cantidad de veces que he escuchado en boca de esos
mismos odiadores de hoy la frase textual de la recién bautizada sifrinazi: “Caracas
sería genial, sin la gente”. El problema es que es más fácil reírnos de estos
carajitos sin vocabulario y con demasiados privilegios, en vez de enfrentarnos a eso que están diciendo: que nos estamos yendo
todos. Porque lo estamos, no se me hagan los pendejos.
El ocioso que creó la cuenta @elestedeleste en
twitter seguramente no dudaría tres
segundos en mudarse tan al este como se pueda, si no es que ya vive ahí. La que
se indigna con el gordito que quiere salir a las tres de la mañana a rumbear seguramente ha podido
viajar y se ha montado en un autobús a las tres de la mañana, volviendo de la
rumba, y ha dicho “que cagada que yo no puedo hacer esto en mi país”. Entonces ¿Cuál
es la indignación? Más allá de pensar que estos niños se están graduando sin
poseer un vocabulario mayor a 100 palabras. ¿Por qué nos bastaron 17 minutos en
HD para dejar salir el odio más encarnizado y lo peor que podemos ser y
escribir contra 5 chamos a los que no hemos visto nunca en la vida? (al de
Rawayana sí lo hemos visto todos, en algún toque en Le Club. De nuevo: no se me
hagan los pendejos)
¿Por qué nos tenemos tanta arrechera? ¿Qué
mierda le pasó a mi generación y a la que viene, que gastamos tantísima energía
en la criticadera, en creernos dueños de la verdad sólo porque pasamos todo el
día conectados a una computadora?
Son todas preguntas que surgen a partir del
infame video, pero que ya me vienen comiendo la cabeza desde hace rato. Porque yo soy la primera que
se quiso ir “pa poder salir a las 3 de la mañana”, entre otras cosas. Porque
tengo un año viviendo en otro país, y salvando a los amigos que se vinieron
conmigo, me da urticaria encontrarme con otro venezolano afuera, que sólo
quiera hablarme de Chávez o de las carpetas Cadivi.
¿Es o no es Caracas una ciudad de
despedidas?, ¿son o no son esos chamos tan caraqueños como cualquiera de los
que sí sabe qué hay de Chacaito para allá? ¿Cómo nos sacamos este odio tan maldito
que llevamos dentro, de una sola y buena vez? ¿Seremos alguna vez de nuevo un
solo país, con matices, pero uno solo?
¿Hasta cuándo vamos a ser Caracas, ciudad
de trolles?