5.5.12

El odio de los míos


Trato de recordar el momento exacto en que pasé de pensar “me iría demasiado” a decidir tajantemente “me voy”, pero no lo ubico con exactitud porque me pasaron demasiadas cosas en los últimos años. Pero sí, yo en algún momento dije “me iría demasiado”, quizá sin tanto mandibuleo, quizá con un corte de pelo menos llamativo, seguramente desde el  apartamentico de 50 metros cuadrados donde vivía  y no desde la quinta con jardines en Oripoto en donde lo  hacen los chicos de Caracas Ciudad de Despedidas. Pero lo dije, así como lo han dicho prácticamente todos mis amigos y conocidos entre 20 y 30 años, aunque muchos de ellos lleven dos días destilando odio contra el chico mal peinado que ahora pasa a la posteridad como un meme.

Es innegable que los muchachitos de la Monte Ávila nos sacudieron la cabeza y el hígado a todos, a algunos les removieron los más profundos resentimientos, a otros la creatividad para el chalequeo – que siempre está a la orden del día en mi patria querida- y a unos cuantos, los menos, desafortunadamente, nos han movido las tripas de lo incómodo, las de la pena ajena, la tristeza de recordar, que no descubrir porque no podemos ser tan ingenuos, que nuestro principal problema es que somos varias Caracas, varias Venezuelas, y no nos gustamos ni un poquito entre nosotros.

Yo podría entender la indignación, incluso la rabia, de un chamo que mira este video desde un cyber porque en su casa no hay internet, que se entera dentro de un mes y por televisión de que existe esto (porque no alcanza a la inmediatez de tuiter), y quiere entrarle a patadas a estos sifrinitos que no saben qué hay de Altamira para allá. Pero no puedo entender a ninguno de mis conocidos que se hace el ofendido ante estos niñitos ricos y los critica tuiteando desde su iphone, mientras le avisa por wassap a sus amigos que ya “se fueron demasiado” y viven en otro país, para que entre todos les puedan caer en cayapa a los cinco ingenuos que se prestaron para salir en la tesis de un pana.

La realidad es que la mayor parte de la gente que me rodea, esa que fue a la universidad y no pasa de los 35 años, tiene un montón de panas como los del video, yo misma  tengo varios, por ejemplo. Y todos mentan madres contra Caracas y seguramente han deseado montarse en un avión e irse pal coño, cada vez que un motorizado les ha robado el BB en la autopista, pistola en mano. Ni les cuento de la cantidad de veces que he escuchado en boca de esos mismos odiadores de hoy la frase textual  de la recién bautizada sifrinazi: “Caracas sería genial, sin la gente”. El problema es que es más fácil reírnos de estos carajitos sin vocabulario y con demasiados privilegios, en vez de enfrentarnos  a eso  que están diciendo: que nos estamos yendo todos. Porque lo estamos, no se me hagan los pendejos.

El  ocioso que creó la cuenta @elestedeleste en twitter seguramente no dudaría tres segundos en mudarse tan al este como se pueda, si no es que ya vive ahí. La que se indigna con el gordito que quiere salir a las tres de  la mañana a rumbear seguramente ha podido viajar y se ha montado en un autobús a las tres de la mañana, volviendo de la rumba, y ha dicho “que cagada que yo no puedo hacer esto en mi país”. Entonces ¿Cuál es la indignación? Más allá de pensar que estos niños se están graduando sin poseer un vocabulario mayor a 100 palabras. ¿Por qué nos bastaron 17 minutos en HD para dejar salir el odio más encarnizado y lo peor que podemos ser y escribir contra 5 chamos a los que no hemos visto nunca en la vida? (al de Rawayana sí lo hemos visto todos, en algún toque en Le Club. De nuevo: no se me hagan los pendejos)

¿Por qué nos tenemos tanta arrechera? ¿Qué mierda le pasó a mi generación y a la que viene, que gastamos tantísima energía en la criticadera, en creernos dueños de la verdad sólo porque pasamos todo el día conectados a una computadora?

Son todas preguntas que surgen a partir del infame video, pero que ya me vienen comiendo la cabeza  desde hace rato. Porque yo soy la primera que se quiso ir “pa poder salir a las 3 de la mañana”, entre otras cosas. Porque tengo un año viviendo en otro país, y salvando a los amigos que se vinieron conmigo, me da urticaria encontrarme con otro venezolano afuera, que sólo quiera hablarme de Chávez o de las carpetas Cadivi.

¿Es o no es Caracas una ciudad de despedidas?, ¿son o no son esos chamos tan caraqueños como cualquiera de los que sí sabe qué hay de Chacaito para allá? ¿Cómo nos sacamos este odio tan maldito que llevamos dentro, de una sola y buena vez? ¿Seremos alguna vez de nuevo un solo país, con matices, pero uno solo?

¿Hasta cuándo vamos a ser Caracas, ciudad de trolles?


Por si no sabes de qué hablo: Caracas, ciudad de despedidas

21.3.12

Una pelotuda importante

Creo firmemente que a la gente no le gusta el artista feliz. Quizá se deba a mi escepticismo con tendencias fatalistas, o tal vez tenga que ver con mi absoluta incapacidad para escuchar música de Diego Torres o para leer a Coehlo.

Desde que publico en este blog, y desde que leo muchos otros, noto como los comentarios vienen en avalancha cuando se habla de desamor, de rabia, de tristeza o de decepción, como si fuera mucho más fácil conectarse con la bronca o intentar un consuelo inútil con unos pocos caracteres.

No puedo recordar ningún blog que se haya hecho popular - escribiendo relatos personales- que haga foco en la vida feliz en pareja, o en la dicha de ser soltero, o sobre lo bonito que es despertarse cada mañana para sentir el calor de un nuevo día.

El punch siempre está en la anécdota tragicómica, en la catarsis pendenciera o en el desahogo casi suicida. Póngase a ver, ¿acaso no los atrapa más un texto violento? ¿uno donde se mande a la mierda a alguien? ¿uno donde haya mucha puteada bien administrada?. A mi sí, y capaz es mi problema.

Pero es por eso que hasta hoy me he contenido de escribir sobre lo feliz que me estoy despertando a la mañana o lo bonito que suena el mundo justo después de escuchar su voz.

Después de años de sacarle provecho literario - según yo- a mi eterna soltería, no me hayo contándoles que cuando me detengo frente a mi reflejo en algún espejo tengo una cara de pelotuda importante, y casi casi puedo ver mis pupilas en forma de corazones.

¿Notaron que escribí pelotuda?, también por eso me estoy guardando, es que tengo miedo que mis lectores (?) de siempre caigan en cuenta de que me rendí a la jerga de estas latitudes, principalmente para que él pueda entenderme mejor. Aunque le encanten mis venezolanadas que casi nunca entiende.

Releo algunos textos de antaño, y noto como la prosa me salía más bonita - según yo- cada vez que me rompían el corazón. Ustedes no tienen por qué saberlo, pero cada uno de esos textos desgarrados que publiqué intentando sanarme alguna herida tiene nombre y apellido, nombre de hombre que no me dio bola o al que no quise darle bola yo.

Desde hace un tiempo sólo se me ocurre contarles que encontré alguien que me mira como si no existiera nadie más, que se enfrenta a mi melena fuera de control por las mañanas y todavía es capaz de decir que cuando me despierto me veo hermosa. Imagínense, YO escribiendo bajo la cursi e insoportable influencia del enamoramiento. Díganme si no es casi una afrenta.

Sigo sin poder escuchar a Diego Torres cantando pavadas, pero ahora hay una minúscula parte de mi, una que oculto y mantengo bajo llave, que le cree sin remedio cuando nos manda a pintarnos la cara color esperanza.

Ya sé que es terrible esto que les cuento, y les prometo evitar a toda costa seguir escuchando semejantes cursiladas. Pero una cosa sí les digo: es 2012, chicos, y esta debe ser sólo otra señal del apocalipsis.

6.12.11

Pruebas


Nos graduamos de bar apenas dos días días después de la inauguración. Ya casi salía el sol cuando hubo que sacar al primer borracho que se quedó dormido en una silla, desnucado, y en una posición imposible, que nos hizo reconsiderar la gravedad y otras leyes de la física.

Todo bien con el borrachín, un bar sin borrachos no es un bar, o en todo caso es un bar de mierda.

Antes de esa gran prueba final ya habíamos tenido un parcial difícil, otro borracho, pero de la especie pesadus babosus, de esos que persiguen a todas las mujeres presentes diciendo impertinencias morbosas - aunque este al menos era gracioso, debe reconocérsele -. Era un viejito jodedor, con voz carrasposa y un desagradable tic nervioso, hablaba relamiéndose cada dos palabras.

A mi me abordó justo al lado de la biblioteca donde estaba paradita esperando a los posibles compradores de libros o revistas, me pidió que nos tomáramos una foto, y yo, ingenua, le dije que sí por cortesía. "Bueno, vamo a casa que ashá tengo la cámara", me dijo. Un genio, el abuelo.

Como siempre pasa, también tuvimos un examen reprobado, cuando una mesa demasiado exigente devolvió un plato porque el salame tenía - según ellos- un color "raro". Igual creemos, como todos los estudiantes, que no fue culpa nuestra sino que el que examinaba estaba predipuesto y con ganas de joder el parque, antes del incidente nadie había tenido nada para decir en contra del mencionado embutido, salvo odas y alabanzas. Además, se les notaba que habían caído de casualidad, porque ningún lector Orsai se atrevería a hacerle el feo al famosísimo salame mercedino.

Finalmente, como en todos los cursos de alto nivel, la semana pasada aprobamos el test de inglés. Un gringo gigante y muy rubio, con los brazos y las piernas llenos de tatuajes, y una melena platinada que le llegaba casi a la cintura se acercó a preguntarnos sobre esas hermosas revistas que se mostraban en la biblioteca. "I'm an artist, me dijo, and though I can't read spanish I think the art work is awesome". ¿Quien ilustra las notas?, fue su pregunta inicial, y obviamente hubo que echarle el cuento (en inglés) desde el mismísimo principio de los tiempos, casi que desde cuando Casciari iba al jardín y aprendía a leer y a escribir.

Veinte o veinticinco minutos más tarde, luego de varios "wow!" y otros "can't believe it", el gringo se marchó contento, con una revista que no podía leer bajo el brazo y proclamándose el nuevo fan número uno de Casciari, Orsai, el bar y los argentinos.

No les voy a mentir, se siente bien bonito ser mensajero de este disparate, por la calle hay mucho loco, pero de vez en cuando resultan ser locos lindos.

27.11.11



Pasado un mes ya he aprendido a distinguir casi a primera vista a los lectores Orsai del público común.

La dinámica suele ser siempre la misma con ellos, el lector Orsai entra al bar como si fuera habitué, aunque sea la primera vez que lo visita, va directo a la biblioteca, toma el libro o el número de la revista que prefiere y se sienta en la mesa más fresca y más iluminada que encuentra desocupada. A veces ni siquiera ven el menú, ya saben qué trae la picada mercedina y si no tienen hambre se piden una cerveza o un fernet que luego toman de a sorbitos, muy concentrados en lo que leen.

En cambio, los que caen sin saber nada, sólo porque al pasar les pareció que este era el bar más bonito, se fijan en la biblioteca una vez que se han sentado, o después de ver que el menú, además de picadas y tragos ofrece libros y revistas.

Yo obviamente prefiero a los de la congregación, pero se sabe que soy bastante sectaria. También se sabe que soy bastante egocéntrica, entonces mi más favoritos son los que además de leer Orsai me reconocen como la moza-tuitera y me llaman por mi alias. Es que se oye muy bonito cuando preguntan si soy laperfecta.

Los que se sientan a leer se diferencian unos de otros por la magnitud de la sonrisa. El que lee alguna revista a veces tiene una expresión relajada, casi siempre dejan escapar una sonrisita de esas que tuercen la comisura de la boca cuando llegan al pie de página.

El que lee el libro del gordo se rie ya con todos los dientes, cada página y media aproximadamente, a veces es más. Nunca menos.

Y desde que llegaron los libros de Playo cada tanto alguien suelta una carcajada completa, que si es temprano y aún no se ha llenado el bar rebota en las paredes y nos hace dar la vuelta para ver al que ríe. Al parecer tenían razón los que me decían que los cordobeses son los argentinos más divertidos.

Cada semana llegan más libros, algunos de cuentos y otros de poemas, así que seguramente empezaré a ver gente que suspira, capaz alguno que llora. Para esos me estoy preparando con un vino cortesía de la casa, porque no se puede dejar sin copa a uno que llora leyendo un poema, es casi un derecho humano.

Hasta ahora no pasa un día sin que haya al menos uno leyendo en el bar, y no saben lo contenta que estoy, se siente casi como estar en casa.

31.10.11

Señores pasajeros, este vuelo saldrá según lo previsto

Pronto se cumplen los primeros siete meses de mi estadía en este extremo del continente. Acabo de hacer la cuenta unas tres veces porque sinceramente a mi me parece que es mucho más.

El plan va saliendo según lo previsto, y creo que imaginan la tranquilidad que me produce poder sentarme frente a esta máquina y tipear esa frase, sintiendo que las cosas están en el punto en el que calculé que debían estar.

Cuando uno hace planes sólo puede acercarse a lo que quiere que suceda, orientarse más o menos hacia el destino que le parece que podría funcionar y luego lanzarse de cabeza cruzando los dedos para que el universo no se atraviese demasiado entre nosotros y eso que (creemos que) queremos.

Yo sabía que quería salir de Caracas. Sabía que quería vivir las cuatro estaciones. Sabía que la mejor excusa era estudiar un posgrado que me gustara, y sabía que Buenos Aires me había conquistado en nueve días en mis últimas vacaciones.

Lo que no sabía era que iba a conseguir un departamento en el barrio adecuado, que iba a poder caminar a la universidad desde casa y que el dinero ahorrado iba a alcanzar. Tampoco sabía que mi sentido común (y el de la orientación) me iba a dejar moverme en una ciudad sin Ávila con tanta comodidad.

Ni siquiera soñé que la vida se iba a alinear para que varios buenos amigos coincidieran conmigo en el mismo punto del mapamundi para hacerme sentir desde el día uno como en casa.

Y, finalmente, ni en mis días más optimistas imaginé que llegado el momento de buscar trabajo, esta ciudad tendría para ofrecerme una opción casi idéntica a la que yo estaba buscando.

Verán, cuando la gente me atacaba a preguntas sobre el futuro hace siete meses yo sólo podía responder "no sé, quiero pasarme unos meses en paz, y luego buscar algo para hacer que no tenga nada que ver con lo que hago ahora... quizá trabajar en un bar, quizá en una librería chiquita como las que vi en San Telmo cuando fui, eso suena como un buen plan para empezar".

Para los optimistas que creen en la filosofía de "El Secreto" y todas esas cosas, mis respetos. No sé cómo lo hice, pero de puro quererlo logré que un señor que escribía cuentos desde el otro lado del charco se sentara un día con sus amigos y decidiera abrir un bar literario en San Telmo, también que llamaran a los interesados en participar a presentarse para entrevistas por internet, y finalmente que me contrataran como moza del lugar. Todo, dentro de los tiempos que yo misma había calculado. Comencé a trabajar el jueves, exactamente a los seis meses y diecisiete días de mi llegada a Buenos Aires.

El bar, por si todavía no se lo imaginan, se llama Orsai y es parte del proyecto que incluye a ESTE blog que les estoy recomendado desde hace años, y ESTA revista literaria que se empezó a vender en enero de este año y que ya lleva cuatro ediciones (una mejor que la otra).

En esta página de Facebook pueden ir a chusmear fotos del bar y los comentarios de los primeros cuatro días de inauguración. En Orsai, como siempre, podrán ir leyendo sobre el avance de la revista y sus próximos números, y todo lo que el gordo decida contar. (Sí, "el gordo", porque ahora tenemos confianza y todo eso, ustedes saben, somos compañeros de trabajo).

Y aqui podrán leer, desde hoy y quien sabe hasta cuando (y quien sabe con qué periodicidad) lo que una de las mozas (o sea, yo) puede contarles. Nunca tan bonito como lo que escribe Casciari, claro está, pero quizá más entretenido. Todo el mundo sabe que lo mejor de la fiesta siempre pasa en la cocina ¿ o no?.


22.9.11

30 Libros. Día 15. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniega.

Recomendamos, según la indicación correspondiente, un libro por día

Paula. Isabel Allende.



Admito desde la primera línea que es muy esnob renegar de un libro. En general, los libros nos gustan o no nos gustan. Las subjetividades atadas a la percepción del arte, en cualquiera de sus expresiones, nos permiten acercarnos o alejarnos de las obras según nuestros propios parámetros, pero nadie tiene verdadero derecho de denominarlas como buenas o malas.

Así que este ejercicio se refiere más bien a lo que antes me gustó y ahora no, pero ni admiré el libro en principio, ni reniego de él ahora. Cambié, y por tanto, cambió la manera en la que me acerco a las cosas.

Cuando leí Paula, en algún momento entre 2002 y 2006 (lo sé porque aún vivía con mi padre), yo era otra. Empezaba a hacerme mujer, desde todos los puntos de vista. Empezaba a definir las posiciones que tomaría ante la mayoría de los aspectos vitales, pero aún era muy ingenua y muy insegura.

En aquel momento aún no me había contaminado de los prejuicios que hoy me alejan de los autores de Best Sellers. Todavía no era capaz de entender que una autora internacionalmente reconocida y alabada podía ser también un fiasco lleno de fórmulas comerciales.

Lloré leyendo Paula, porque la pobre Isabel sufrió mucho. Me escandalicé con muchas de las anécdotas, porque todavía tenía la capacidad de escandalizarme. Leí confiada lo que el mundo entero me decía que debía leer (al menos todas las vidrieras de Nacho y Tecniciencia me lo decían)

Pero hace poco limpié mi biblioteca por mudanza y deseché sin dolor mi copia de Paula. Lo veo ahora como un compilado de cursilerías y condescencia marketinero. No me pregunten ni porqué. De nuevo, las subjetividades.

No lo recomendaría a nadie. No me provoca leer más nada de ella, aunque sé que debería leer La casa de los espíritus. Es que la siento como una Delia Fiallo que se logró colear como literatura seria cuando debió quedarse en las páginas finales de la Cosmopolitan.

Sí, ya sé, que yo misma dije que no existe algo como la "literatura seria", pero ¿qué le voy a hacer?. Eso me pasa.

Si es por mi no la lean, hay mejores cosas allá afuera.


7.9.11

30 Libros. Día 14. Uno que haya odiado hace años y hoy admira.

Recomendamos, según la indicación correspondiente, un libro por día

Doña Bárbara. Rómulo Gallegos.



Mi edición de Doña Bárbara es, como la de María, una de esas para escolares. Con glosario y un epílogo con instrucciones para leer y "entender"la obra según les parece a los profesores de primaria.

No tengo idea de como llegó el libro de Isaacs a mi casa, pero el de Gallegos lo fui a comprar con mi mamá junto con el resto de la lista de útiles escolares. En la primera página en blanco del libro, que aún está en casa de mi mamá, se lee claramente en mi caligrafía infantil Estrella Araque, 6to "B". No sé porqué las comillas.

No recuerdo qué hice para aprobar castellano ese año, pero sí recuerdo que entrompé el libro a mis 11 años y no llegué ni a la mitad.

No entendía nada, me perdía entre los diálogos llenos de palabras desconocidas, cabeceaba intentando superar las catorce páginas que se gastaba Rómulo en describir los pantanos o las palmas de Altamira, desde el primer momento me cayó muy mal Santos Luzardo, y en general aborrecí la alharaca respecto a una supuesta obra maestra que yo encontraba aburridisíma.

Terminé el colegio sin tener mucha idea sobre la historia de la Domadora de hombres y comencé la universidad decidida y segurísima de estar estudiando lo correcto. La gente dice que para estudiar periodismo "hay que leer mucho", y yo con eso estaba muy cómoda.

Pero, ¡oh sorpresa!, entre mis primeras asignaciones universitarias se coló de nuevo la obra de Gallegos, y lo sentí como una afrenta. Una profesora de literatura que fumaba como chimenea (en el aula) y parecía odiar al mundo, nos indicó el primer día de clases que ese semestre leeríamos - entre otros- el libro odiado.

Lo dejé para el último momento, y esta vez ya mi léxico me dejaba leer y entender a pesar de que seguían estando las mismas palabrejas desconocidas en todos los diálogos. En la premura de tener que leer para un examen me volví a saltar muchas páginas descriptivas, pero llegué al final con una idea clara del argumento. Y en general no lo detesté, pero tampoco lo amé. Esto ocurría a mis 17 años.

Durante las vacaciones que pasé en la recién estrenada casa de mi madre el año pasado me encontré con un panorama medio desolador. Ahora mi hermana menor y ella trabajaban, por lo cual yo me quedaba horas y horas sola en casa, esperando que mi familia volviera de sus labores.

Las cosas aún estaban en cajas porque no había dado tiempo de desempacar todo, y una tarde larga y calurosa en la que creía enloquecer de fastidio me fijé que una de las cajas más accesibles en el patio decía L I B R O S, esto con la bonita caligrafía de mi mamá, y no lo pensé dos veces para ir y abrirla, decidida a ocuparme en algo distinto al zapping que venía practicando desde hacía dos semanas.

El primer libro que apareció fue este, la misma edición comprada más de 10 años atrás, con la tapa un poco rota y las hojas ya amarillas. Casi sin notarlo empecé a leer la historia otra vez, olvidando que había una caja llena de libros frente a mi. Libros que quizá aún no había leído. Fue raro.

Por primera vez, siendo la tercera vez, disfruté las anteriormente detestables descripciones. Le puse cara a Marisela, y me encanté con ella como si apenas me la estuvieran presentando. Reconocí en ella muchas cosas mías, y en Santos muchas cosas de las que buscamos casi todas las mujeres en un hombre.

Entendí a la Doña, por primera vez también. Y dos días después cerré el libro terminado con una sensación parecida a la vergüenza. ¿Cómo es posible que no me hubiera gustado este libro antes?.

6.9.11

30 Libros. Día 13. El primer libro que leyó en su vida.

Recomendamos, según la indicación correspondiente, un libro por día


María. Jorge Isaacs



Hasta ahora este había sido un ejercicio divertido, pero hoy ha sido particularmente esclarecedor. Tuve que hacer un esfuerzo significativo para recordar el primer libro "de verdad" que había leído. Cuando hice la lista inicial dejé este renglón en blanco esperando que llegara a mi el recuerdo.

Sé que lo primero que leí fue una serie de libros de (eran muchos) que en cada tomo agrupaban cuentos infantiles por tema. Cuentos de hadas, de animales, fábulas de Esopo, y varios más. Se llamaba Enciclopedia fantástica, o algo parecido, y estaban en la biblioteca de la casa de mis abuelos en Maturín, donde pasé varias vacaciones de mi infancia. Mi abuela2, la esposa de mi abuelo, era maestra de primaria, y tenía muchos libros para niños.

Pero exprimiendo mucho más mis neuronas, finalmente di con el primer-libro-de-gente-grande que leí entero. Este sí era de la biblioteca de mi casa. Y no sé cómo llegó allí. Era una edición barata, de esas para escolares, que tienen en la portada una representación en caricatura de los personajes de la historia.

María aparecía representada como una niña campesina, con una trenza en el pelo adornada con flores. Sólo recuerdo que la historia era muy triste pero me atrapó.

Hoy, haciendo la investigación previa a esta nota, releí el argumento y me quedé pasmada. Resulta que el primer libro de mi vida es una historia cursi y dramática como pocas. Una pobre mujer perdidamente enamorada de su primo, que la abandona para irse lejos.

Tiene que haber un elemento determinante aquí. La primera historia de amor que conocí en mi vida, más allá de la Sirenita o la Bella y la Bestia que ya dejan bastante para analizar, es esta de una mujer mal pegada, medio incestuosa y, con el perdón del Sr. Isaacs, medio pendeja.

Señores, yo no tendría más de 10 años cuando leí María. Mi madre y mi padre tendrían que haberme supervisado. ¡Miren en lo que me convirtieron con su descuido!. De aquí deben originarse todos mis problemas de amor.

Luego de esta epifanía sólo me queda advertirles, no dejen a sus hijas leer María. Al menos hasta que encuentren el amor en la vida real. Si se descuidan les pueden salir bien perturbaditas, capaz escritoras, actrices, artistas o algo de eso... pero pertubaditas igual.

31.8.11

30 Libros. Día 12. Una biografía.

Recomendamos, según la indicación correspondiente, un libro por día

John Lennon. Philip Norman.



La reseña de hoy es corta porque no es tal. Nunca he leído una biografía en mi vida, sin embargo, es bien sabida mi profunda admiración por todos los Beatles, así que la única biografía que me ha provocado leer en la vida es esta. Cada cierto tiempo me topo con alguna reseña y todas dicen lo mismo: que es la mejor biografía que se ha escrito jamás sobre el autor de Imagine.

Dicen los que saben, o los que hacen crítica, que Norman es el biógrafo más detallista, exhaustivo y ameno que ha pisado la tierra, y no hay quien pueda decir algo malo de la biblia de más de 800 páginas que escribió sobre John.

Como todos los libros que quiero y no puedo tener, lo edita Anagrama. Es insólita la forma en que la casa española se empeña en escoger a todos los autores que me gustan o me atraen, los edita y luego se burla de mi haciendo que cuesten precios impagables por mi bolsillo, o dejando que se agoten en cualquiera de las dos ciudades en las que he vivido.

Es entonces un anhelo esta falsa reseña. Por encontrar el libro alguna vez. Y porque pueda pagarlo. O porque algún alma caritativa lo compre para mi y me haga uno de los mejores regalos del mundo.






30 Libros. Día 11. Uno que lo haya motivado a visitar algún lugar

Recomendamos, según la indicación correspondiente, un libro por día


Bestiario. Julio Cortázar.




Ya he pedido disculpas varias veces haciendo este reto, hoy corresponde pedirlas por el monotema. Volvemos con Julito, aunque peque de lugarcomún, aunque de esta forma esté demostrando acá que no leo tanto como me gusta (hacer) creer.

La verdad es que acá valdría poner cualquiera de los libros de Cortázar, porque más que un libro es un autor lo que me motivó a visitar Buenos Aires (lo de mudarme vendría después, 30 segundos después de pisar la calle Corrientes).

A pesar de que ni nació ni murió aquí, y pasó casi la mitad de su vida en París, para mi (y para el mundo) Jules Florencio es argentino. Es cierto que cuando hablaba se le oían las erres francesas además de las doble eles argentas, pero no importa.

Leyendo sus cuentos es imposible que no te den ganas de venir a conocer a esta gente, de pasear sus calles, preferiblemente en otoño, de venirte a tomar un cortado en alguno de los tres mil cafés.

En estos meses de invierno, casi puedes confundir a alguno de los cientos de señores altísimos , barbudos y con sobretodos oscuros que caminan por acá, con el cronopio gigante. Especialmente porque hay lugares que parecen paralizados en el tiempo. Si los señorones llevan un cigarrillo en la mano, pues más.

Vengan a pasar un otoño en Buenos Aires, porque es lindísimo. Pero si no pueden venir pronto, lean Bestiario, o Todos los fuegos el fuego, va a ser casi como venir, pero un poco más barato. Lo juro.