La noche avanzaba tal como ella había pensado, sin mayores sobresaltos que los que debe implicar un encuentro.
Desde el principio estuvo clara: este no es el hombre de mi vida. Lo sabía y lo asumía, con la ligereza que permite la soledad y el aburrimiento. Sin embargo le gustaba, y esa es la premisa básica para pasar una noche de viernes con alguien.
La tercera ronda de tragos bajo la estrellada noche caraqueña empezó una conversación risueña que nunca debe faltar cuando conoces a alguien. El pasado y sus recovecos están ahí siempre, no sirve de nada ocultarlos. Y si el otro ni siquiera te importa es hasta divertido indagar en esas otras historias que sucedieron antes de esta que transcurre.
Hablaron de antiguos novios y novias. Los locos clásicos. Los grandes amores. Las anécdotas irrepetibles. Y con cada frase ella confirmaba lo que ya sabía, que el tipo era un patán. Pero al menos era un patán con contenido.
El cuarto trago fue como una iluminación. Aún no sabe de dónde vino el impulso que la llevó a preguntar, pero preguntó y eso es lo que cuenta ahora.
Él respondió sin dejar de sonreír. Pero en el fondo se había esfumado la sonrisa, sólo quedaban un montón de dientes enfilados y un par ojos transparentes que dejaban ver los engranajes de su cerebro acelerando a toda máquina.
A partir de allí todo se fue al carajo. Ella lo sabía. Él intentaba ignorarlo, sin éxito.
No importa lo que ella preguntó, ni lo que el respondió. Sino lo que quiso decir con su respuesta.
Le dijo "Hay alguien más que sí importa. No eres tú, y nunca vas a serlo. Hubiera preferido que siguieras en la comodidad de la ignorancia hasta que me aburriera de ocultar. Pero tampoco he invertido tanto en ti como para tomarme la molestia de mentir o si quiera disimular la verdad".
Todo eso le dijo cuando dijo "Sí".
A ella el shock le duró un tercio de trago. Primero se revisó hasta la última instancia para saber si había dolor, celos, o tristeza. Después de rebuscar sólo encontró indiferencia. Y lo lamentó. "Quisiera que me importara", pensó. Pero ni eso.
Cuando se decidió a mirarlo tenía puesta una sonrisa tan vacía como la de él. Y había tomado una decisión.
"¿Quieres que te lleve a tu casa?", aventuró él. Resignado.
"No. Ya estamos aquí. Así que vamos a lo que vinimos".
Desde el principio estuvo clara: este no es el hombre de mi vida. Lo sabía y lo asumía, con la ligereza que permite la soledad y el aburrimiento. Sin embargo le gustaba, y esa es la premisa básica para pasar una noche de viernes con alguien.
La tercera ronda de tragos bajo la estrellada noche caraqueña empezó una conversación risueña que nunca debe faltar cuando conoces a alguien. El pasado y sus recovecos están ahí siempre, no sirve de nada ocultarlos. Y si el otro ni siquiera te importa es hasta divertido indagar en esas otras historias que sucedieron antes de esta que transcurre.
Hablaron de antiguos novios y novias. Los locos clásicos. Los grandes amores. Las anécdotas irrepetibles. Y con cada frase ella confirmaba lo que ya sabía, que el tipo era un patán. Pero al menos era un patán con contenido.
El cuarto trago fue como una iluminación. Aún no sabe de dónde vino el impulso que la llevó a preguntar, pero preguntó y eso es lo que cuenta ahora.
Él respondió sin dejar de sonreír. Pero en el fondo se había esfumado la sonrisa, sólo quedaban un montón de dientes enfilados y un par ojos transparentes que dejaban ver los engranajes de su cerebro acelerando a toda máquina.
A partir de allí todo se fue al carajo. Ella lo sabía. Él intentaba ignorarlo, sin éxito.
No importa lo que ella preguntó, ni lo que el respondió. Sino lo que quiso decir con su respuesta.
Le dijo "Hay alguien más que sí importa. No eres tú, y nunca vas a serlo. Hubiera preferido que siguieras en la comodidad de la ignorancia hasta que me aburriera de ocultar. Pero tampoco he invertido tanto en ti como para tomarme la molestia de mentir o si quiera disimular la verdad".
Todo eso le dijo cuando dijo "Sí".
A ella el shock le duró un tercio de trago. Primero se revisó hasta la última instancia para saber si había dolor, celos, o tristeza. Después de rebuscar sólo encontró indiferencia. Y lo lamentó. "Quisiera que me importara", pensó. Pero ni eso.
Cuando se decidió a mirarlo tenía puesta una sonrisa tan vacía como la de él. Y había tomado una decisión.
"¿Quieres que te lleve a tu casa?", aventuró él. Resignado.
"No. Ya estamos aquí. Así que vamos a lo que vinimos".
2 comentarios:
Uh, conozco esa clase de sonrisa.
"Una mueca que parece mas la boca de un lobo mostrando los dientes que una sonrisa"
O algo así, leí una vez.
En el fondo es mejor no estar engañándose, no?
Excelente (:
Lo que me gusta es que la pregunta -sin ser explicita- se presta a varias interpretaciones (pueden ser varias preguntas y todas tienen esa misma respuesta).
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