Continúa el reto de los 30 libros.
Recomendamos , según la indicación correspondiente, un libro por día.
Recomendamos , según la indicación correspondiente, un libro por día.
Hermosos y malditos. F. Scott Fitzgerald
Algo me pasa con la mayoría de los libros originalmente escritos en otro idioma distinto al español. No sé si es culpa de los rusos que siempre me cayeron de la patada, o de las inglesas que son demasiado cursis para estarlas leyendo siempre, o de los gringos, que siempre fueron trastornaditos y a medida que avanzamos en la contemporaneidad se van poniendo más. Lo cierto es que casi siempre me cuestan los autores que vienen de muy lejos.
Salvo Mark Twain, que podría ser compadre de alguno de los latinomágicos, o Wilde, que me agarró en el momento justo para volarme la tapa de los sesos, yo siempre me he entendido mejor con los mios, así el español sea distinto en cada zona (que no país) de este continente y del otro.
Pero uno pasa la vida oyendo hablar de otros clásicos que HAY que leer, de otra gente que usa más haches y doblevés, y entonces uno pasa un día de largo frente a la góndola de literatura latinoamericana y se compra algo de la literatura de otros lares, como para variar.
Eso fue lo que me pasó con este señor. Antes de que todos supiéramos quien es Benjamin Button, gracias a Brad Pitt, ya muchas veces me habían nombrado El Gran Gatsby, como referencia de obra maestra, aunque nunca nadie me había nombrado este libro.
Una tarde larga, en los pasillos del aeropuerto nacional de Maiquetía, me pasee por un kiosko librería para apertrecharme ante las horas de espera que se me venían encima. Estando casi todo fuera de mi presupuesto, se me cruzó una edición de bolsillo de Hermosos y Malditos, que llamó mi atención por la foto en blanco y negro de la portada, que mostraba una imagen vintage californiana, casi como un afiche de The O.C, pero en blanco y negro y al estilo de los años 20.
El nombre del autor no me dijo nada, debo confesar, pero en la solapa me enteré que era el mismo autor de El Gran Gatsby y me decidí a leer a un gringo, de nuevo, para variar.
El argumento es en principio sencillo, es la historia de un pobre niño rico y atormentado. Bastante típico de la obra de Fitzgerald, lo sé ahora que he leído Wikipedia y que he visto Una noche en París, de Woody Allen.
El problema fue que me dejé engañar por lo feliz que se veía ese grupo de adinerados jóvenes vestidos de época en la orilla de una playa en la portada. Con sus trajes de baño hasta la rodilla y su palidez tan elegante.
Esta gente estaba atormentada, pero en serio, tal como advierte el título de la obra. En algún momento antes de montarme en el avión me aburrí terriblemente con la historia, y el libro pasó a un estado de coma en el bolsillo exterior de mi maleta que debe haber durado unos meses, hasta que me tocó viajar otra vez y lo reencotré.
No sé cuantas veces intenté empezarlo otra vez, y tampoco sé cuando fue que finalmente logré pasar de la mitad. Lo cierto es que una vez allí pude terminarlo, quizá un par de años más tarde de haberlo empezado. Pero más por una regla autoimpuesta de terminar todos los libros y películas empezados, cueste lo que cueste.
No recuerdo ni cómo termina la historia, pero sí sé que llegué hasta el final y cerré el libro con sonoridad y alivio. Finalmente había terminado con la tortura a la que yo misma me había condenado.
No hice click nunca con el pobre Francis. Debe ser porque para mi es más fácil entender las penurias de gente común en tierras calientes, llenas de dictadores y con mujeres que salen volando con las sábanas blancas que están poniendo a secar. Soy demasiado latinoamericana (?).
Las crisis existenciales de una juventud pudiente atrapada en unos países tan grises no se me da tan bién, menos si la historia de amor es trágica pero sin ser pintoresca.
Me costó un mundo el Fitzgerald. Pero sin duda, en algún momento TENDRÉ que leerme El Gran Gatsby.
Salvo Mark Twain, que podría ser compadre de alguno de los latinomágicos, o Wilde, que me agarró en el momento justo para volarme la tapa de los sesos, yo siempre me he entendido mejor con los mios, así el español sea distinto en cada zona (que no país) de este continente y del otro.
Pero uno pasa la vida oyendo hablar de otros clásicos que HAY que leer, de otra gente que usa más haches y doblevés, y entonces uno pasa un día de largo frente a la góndola de literatura latinoamericana y se compra algo de la literatura de otros lares, como para variar.
Eso fue lo que me pasó con este señor. Antes de que todos supiéramos quien es Benjamin Button, gracias a Brad Pitt, ya muchas veces me habían nombrado El Gran Gatsby, como referencia de obra maestra, aunque nunca nadie me había nombrado este libro.
Una tarde larga, en los pasillos del aeropuerto nacional de Maiquetía, me pasee por un kiosko librería para apertrecharme ante las horas de espera que se me venían encima. Estando casi todo fuera de mi presupuesto, se me cruzó una edición de bolsillo de Hermosos y Malditos, que llamó mi atención por la foto en blanco y negro de la portada, que mostraba una imagen vintage californiana, casi como un afiche de The O.C, pero en blanco y negro y al estilo de los años 20.
El nombre del autor no me dijo nada, debo confesar, pero en la solapa me enteré que era el mismo autor de El Gran Gatsby y me decidí a leer a un gringo, de nuevo, para variar.
El argumento es en principio sencillo, es la historia de un pobre niño rico y atormentado. Bastante típico de la obra de Fitzgerald, lo sé ahora que he leído Wikipedia y que he visto Una noche en París, de Woody Allen.
El problema fue que me dejé engañar por lo feliz que se veía ese grupo de adinerados jóvenes vestidos de época en la orilla de una playa en la portada. Con sus trajes de baño hasta la rodilla y su palidez tan elegante.
Esta gente estaba atormentada, pero en serio, tal como advierte el título de la obra. En algún momento antes de montarme en el avión me aburrí terriblemente con la historia, y el libro pasó a un estado de coma en el bolsillo exterior de mi maleta que debe haber durado unos meses, hasta que me tocó viajar otra vez y lo reencotré.
No sé cuantas veces intenté empezarlo otra vez, y tampoco sé cuando fue que finalmente logré pasar de la mitad. Lo cierto es que una vez allí pude terminarlo, quizá un par de años más tarde de haberlo empezado. Pero más por una regla autoimpuesta de terminar todos los libros y películas empezados, cueste lo que cueste.
No recuerdo ni cómo termina la historia, pero sí sé que llegué hasta el final y cerré el libro con sonoridad y alivio. Finalmente había terminado con la tortura a la que yo misma me había condenado.
No hice click nunca con el pobre Francis. Debe ser porque para mi es más fácil entender las penurias de gente común en tierras calientes, llenas de dictadores y con mujeres que salen volando con las sábanas blancas que están poniendo a secar. Soy demasiado latinoamericana (?).
Las crisis existenciales de una juventud pudiente atrapada en unos países tan grises no se me da tan bién, menos si la historia de amor es trágica pero sin ser pintoresca.
Me costó un mundo el Fitzgerald. Pero sin duda, en algún momento TENDRÉ que leerme El Gran Gatsby.
1 comentario:
Este lo leí hace un tiempo, una super amiga me lo refirió por ser "algo diferente" de Coelho. Además que teníamos (tenemos) el tema de que somos medio almas gemelas....
Ahora vive lejos, pero igual seguimos en contacto (suspiro)
Le contaré de esto!
Gracias
Publicar un comentario