Estos últimos días descubrí (o confirmé) que tengo un arraigado sentido de pertenencia respecto a esta ciudad de locos en la que vivo. Como siempre, cuando uno está acá quiere salir corriendo, pero recién ahora me doy cuenta que si no estoy aquí no me siento en casa.
Es triste, porque mi familia está lejos y por mucho tiempo ese pueblo-ciudad donde viven fue también mi hogar. De hecho, crecí allí y no me quejo, porque el bien llamado “Granero de Venezuela” me brindó un millón de oportunidades y experiencias que de seguro no hubiera encontrado en esta populosa capital del tercer mundo.
Pero a pesar de todo, ya es definitivo: soy más caraqueña que el Ávila, y no puedo ni quiero hacer nada para cambiar eso.
Es una sensación extraña – y poco agradable- darte cuenta del desarraigo, entender que ya no tienes nada que ver con esas cosas y esa gente que dejaste atrás (excepto mi familia, ¡obvio! Ellos son maravillosos y los amo), pero mis viejos amigos y yo ahora somos dos cosas distintas.
Contra todo pronóstico, comprobé que amo este caos, este gentío, los bancos llenos de gente en un centro comercial a las 6 PM, incluso amo estar rodeada de esa gente “rara” que vive acá. Después que te adaptas a vivir a 2000 km por hora, retornar a la calma de una ciudad que cierra TODO a medio día para irse a comer a sus casas es casi impensable.
Ejemplo sencillo: pregunté por algún banco que estuviese abierto en día sábado, ¿resultado? Todos se rieron a carcajadas de mi ingenuidad. ¡Niña! –me dijeron- ¿a quién se le ocurre ir a un banco un sábado?. Lo dicho: de Valencia pa’ abajo todo es Macondo, realismo mágico, la dimensión desconocida, otro país, el fin del mundo, etcétera.
Ojo, la única que puede hablar mal de Acarigua (que así se llama la ciudad/pueblo donde pasé 8 años de mi vida) soy yo, y nadie más que yo. Si alguno viene a decirme algo malo del llano venezolano, los llaneros o algún tema relacionado, me arrecho y no lo oculto.
Lo cierto es que estoy de vuelta. Respiro mi aire pesado, hago mi cola en la parada del carrito, miro por la ventana el Humboldt en la punta del cerro, veo la calcomanía en la puerta de la camionetica que dice:
Al bajar ¡Mosca con los motorizados!
(acompañado con la imagen de un motoratón)
… y sonrío
*Suspiro*
*Miro de reojo al señor que grita por celular sentado a mi lado*
*Pienso: “Qué bueno, ya estoy en casa”*
6 comentarios:
jajajaja "Macondo" jajajaja coño vale yo siempre te he dicho que tu eres una pequeña -y muy bella- campesinita, que bueno que me doy cuenta de que eso está cambiando jajaja
fui pa' acarigua y vi una anaconda en lo más profundo de una llanura jeje no tiene nada que ver con el post pero quería deciiirteloo jeje yo si amo mi pueblo/ciudad pero no me regresaría ni de looooca! soy "la típica caraqueñita que sale de tazón y ya le da calor" y la experiencia de ver edificios de regreso es la sonrisa interna más grande del mundo... pero es similar a la que siento cuando dice "bienvenidos al Edo. Portuguesa" en un letrerito oxidado auspiciado por "cafe madrid"
Leíste mi post sobre Buenos Aires antes de terminarlo, cosa que fue cruelmente interesante porque tengo una fijación con pensar que sólo yo leo mi blog u publico sin terminar... sin embargo cuando entré al tuyo descubrí que, si bien es cierto que me apasiona Buenos Aires, también lo es que sigo enamorada o despechada por mi ciudad de caos... mi Crackass...
La película se llama "Ciudad en celo".... y ahora si se entiende por qué me gusta tanto... te invito a leerlo :)
Mira negra metete aquí
ultimadamente.blogspot.com
es de un chamo de maracay creo, pero tiene un humor cochino como el tuyo, asi que pensé que te gustaria.
Macondo mis polainas!!!
En mi pueblo los bancos abren los sabados... y algunos los domingos.
Ademas, Acarigua es un mito!!!
Bueno, yo tampoco me regresaria a SC.
Soy de Caracas, pero llevo tres años viviendo afuera. Me encanta la ciudad donde vivo, pero sigo pensando que -dejando la inseguridad a un lado- Caracas sigue siendo mi ciudad favorita para vivir.
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