En mi cuarta semana en Buenos Aires he entablado conversación, propiamente dicha, larga y tendida, con cuatro argentinos. Ni uno más. Mi intuición era correcta cuando bromeaba en Caracas diciendo que seguramente iba a terminar, como casi todos los expatriados, en una especie de ghetto venezolano.
Si hay algo que considero sin sentido y contraproducente es justamente eso de moverte físicamente pero permanecer espiritualmete, si acaso es el término que cabe. En el post anterior les hablaba de los gringos que abarrotan los bares de Palermo bebiendo el mismo trago que se toman en casa y conociendo a otros gringos como ellos, porque no atinan media palabra en español, o ni siquiera hacen el intento. Me parece terriblemente deprimente. Si ya le diste pata para llegar al otro lado del mundo, hazle honor a tu viaje y mézclate entre los locales, come y bebe lo local, aprende de lo que te rodea y no te busques el único bar lleno de polacos como tú, a los que te podrías encontrar al doblar la esquina de tu casa. Vamos, que ya la globalización nos jode bastante la vida como para dejarla ganar hasta en eso.
Pues bien, igual de terrible que el irlandés que se mete el pub McGinhey, es el venezolano que llega a Munich y se busca la única arepera que hay en toda Alemania, o empieza a gastar 20 euros por un paquete de harina PAN semanal porque no se acostumbra a desayunar salchichas. "Es que lo mio es el queso guayanés, marico".
Siempre he dicho esto mismo cuando toca hablar del tema, incluso antes de saber lo que era vivir afuera (no nos caigamos a cuentos, todavía no sé lo que es vivir afuera porque no tengo ni un mes de haber llegado). Pero mi bocota y mi supuesta autosuficiencia no me dejaron ver antes un pequeño detalle en toda esta situación del expatriado llorón, y es que lo natural es acercarse a otros venezolanos cuando la comunidad es enorme y siempre hay un conocido de conocido, más si vives sólo y no tienes roomates para entablar nuevas relaciones, más si el posgrado da clases dos días a la semana y en 4 clases que llevo hasta ahora sólo he conversado con un colombiano y una argentina, durante los 15 minutos del break.
En fin, que sólo he salido con venezolanos y sólo he hablado de Venezuela, la que acabo de dejar, la que era hace un año cuando se vino aquella, o hace tres cuando se vino aquel. En otro giro de la charla hablamos de las diferencias entre argentinos y venezolanos, que no son tantas pero nos encanta categorizar hasta lo más mínimo, y en último caso, vamos a las típicas explicaciones de la jerga local, para evitar que un nuevo como yo llegue al cine y deje en el sitio al chico de los dulces pidiéndole unas cotufas acarameladas. Se dice pochoclos dulces, pelotuda.
No quiero que nadie me malinterprete, porque he conocido gente genial hasta ahora, y me encanta comprobar que la solidaridad de mis compatriotas no se queda en canciones de Carlos Baute. Los panas están ahí cuando uno pega un grito, y eso es decir que jode estando donde estamos. Además siempre hace falta alguien que traduzca al caraqueño los nombres de los vegetales y los cortes de carne, alguien que te deje claro que tal barrio es Cotiza, "pa allá ni si te ocurra, marica", y que en la embajada hay que hablar con fulana "porque la otra no tiene idea de nada".
Lo que sí es que desde ya debo comenzar las estrategias para ampliar mi radio de acción social y -literalmente- ampliar las fronteras. Bienvenidos argentinos, colombianos, chilenos, uruguayos, brasileños y demás que se encuentre en Capital Federal (todavía no sé tomar el tren).
Si alguno lee, en los comentarios se oyen invitaciones.
Mi mami dice que es bueno el culantro, pero no tanto, así que cumplida la cuota de caraqueños que extrañan el Ávila como yo, y que añoran una mayonesa blanca o una margarina mavesa, vengan los del resto del mundo a enseñarme groserías de otras latitudes.
Sabemos que esa siempre es la primera conversación entre extranjeros, no se hagan los locos.
Si hay algo que considero sin sentido y contraproducente es justamente eso de moverte físicamente pero permanecer espiritualmete, si acaso es el término que cabe. En el post anterior les hablaba de los gringos que abarrotan los bares de Palermo bebiendo el mismo trago que se toman en casa y conociendo a otros gringos como ellos, porque no atinan media palabra en español, o ni siquiera hacen el intento. Me parece terriblemente deprimente. Si ya le diste pata para llegar al otro lado del mundo, hazle honor a tu viaje y mézclate entre los locales, come y bebe lo local, aprende de lo que te rodea y no te busques el único bar lleno de polacos como tú, a los que te podrías encontrar al doblar la esquina de tu casa. Vamos, que ya la globalización nos jode bastante la vida como para dejarla ganar hasta en eso.
Pues bien, igual de terrible que el irlandés que se mete el pub McGinhey, es el venezolano que llega a Munich y se busca la única arepera que hay en toda Alemania, o empieza a gastar 20 euros por un paquete de harina PAN semanal porque no se acostumbra a desayunar salchichas. "Es que lo mio es el queso guayanés, marico".
Siempre he dicho esto mismo cuando toca hablar del tema, incluso antes de saber lo que era vivir afuera (no nos caigamos a cuentos, todavía no sé lo que es vivir afuera porque no tengo ni un mes de haber llegado). Pero mi bocota y mi supuesta autosuficiencia no me dejaron ver antes un pequeño detalle en toda esta situación del expatriado llorón, y es que lo natural es acercarse a otros venezolanos cuando la comunidad es enorme y siempre hay un conocido de conocido, más si vives sólo y no tienes roomates para entablar nuevas relaciones, más si el posgrado da clases dos días a la semana y en 4 clases que llevo hasta ahora sólo he conversado con un colombiano y una argentina, durante los 15 minutos del break.
En fin, que sólo he salido con venezolanos y sólo he hablado de Venezuela, la que acabo de dejar, la que era hace un año cuando se vino aquella, o hace tres cuando se vino aquel. En otro giro de la charla hablamos de las diferencias entre argentinos y venezolanos, que no son tantas pero nos encanta categorizar hasta lo más mínimo, y en último caso, vamos a las típicas explicaciones de la jerga local, para evitar que un nuevo como yo llegue al cine y deje en el sitio al chico de los dulces pidiéndole unas cotufas acarameladas. Se dice pochoclos dulces, pelotuda.
No quiero que nadie me malinterprete, porque he conocido gente genial hasta ahora, y me encanta comprobar que la solidaridad de mis compatriotas no se queda en canciones de Carlos Baute. Los panas están ahí cuando uno pega un grito, y eso es decir que jode estando donde estamos. Además siempre hace falta alguien que traduzca al caraqueño los nombres de los vegetales y los cortes de carne, alguien que te deje claro que tal barrio es Cotiza, "pa allá ni si te ocurra, marica", y que en la embajada hay que hablar con fulana "porque la otra no tiene idea de nada".
Lo que sí es que desde ya debo comenzar las estrategias para ampliar mi radio de acción social y -literalmente- ampliar las fronteras. Bienvenidos argentinos, colombianos, chilenos, uruguayos, brasileños y demás que se encuentre en Capital Federal (todavía no sé tomar el tren).
Si alguno lee, en los comentarios se oyen invitaciones.
Mi mami dice que es bueno el culantro, pero no tanto, así que cumplida la cuota de caraqueños que extrañan el Ávila como yo, y que añoran una mayonesa blanca o una margarina mavesa, vengan los del resto del mundo a enseñarme groserías de otras latitudes.
Sabemos que esa siempre es la primera conversación entre extranjeros, no se hagan los locos.