5.5.12

El odio de los míos


Trato de recordar el momento exacto en que pasé de pensar “me iría demasiado” a decidir tajantemente “me voy”, pero no lo ubico con exactitud porque me pasaron demasiadas cosas en los últimos años. Pero sí, yo en algún momento dije “me iría demasiado”, quizá sin tanto mandibuleo, quizá con un corte de pelo menos llamativo, seguramente desde el  apartamentico de 50 metros cuadrados donde vivía  y no desde la quinta con jardines en Oripoto en donde lo  hacen los chicos de Caracas Ciudad de Despedidas. Pero lo dije, así como lo han dicho prácticamente todos mis amigos y conocidos entre 20 y 30 años, aunque muchos de ellos lleven dos días destilando odio contra el chico mal peinado que ahora pasa a la posteridad como un meme.

Es innegable que los muchachitos de la Monte Ávila nos sacudieron la cabeza y el hígado a todos, a algunos les removieron los más profundos resentimientos, a otros la creatividad para el chalequeo – que siempre está a la orden del día en mi patria querida- y a unos cuantos, los menos, desafortunadamente, nos han movido las tripas de lo incómodo, las de la pena ajena, la tristeza de recordar, que no descubrir porque no podemos ser tan ingenuos, que nuestro principal problema es que somos varias Caracas, varias Venezuelas, y no nos gustamos ni un poquito entre nosotros.

Yo podría entender la indignación, incluso la rabia, de un chamo que mira este video desde un cyber porque en su casa no hay internet, que se entera dentro de un mes y por televisión de que existe esto (porque no alcanza a la inmediatez de tuiter), y quiere entrarle a patadas a estos sifrinitos que no saben qué hay de Altamira para allá. Pero no puedo entender a ninguno de mis conocidos que se hace el ofendido ante estos niñitos ricos y los critica tuiteando desde su iphone, mientras le avisa por wassap a sus amigos que ya “se fueron demasiado” y viven en otro país, para que entre todos les puedan caer en cayapa a los cinco ingenuos que se prestaron para salir en la tesis de un pana.

La realidad es que la mayor parte de la gente que me rodea, esa que fue a la universidad y no pasa de los 35 años, tiene un montón de panas como los del video, yo misma  tengo varios, por ejemplo. Y todos mentan madres contra Caracas y seguramente han deseado montarse en un avión e irse pal coño, cada vez que un motorizado les ha robado el BB en la autopista, pistola en mano. Ni les cuento de la cantidad de veces que he escuchado en boca de esos mismos odiadores de hoy la frase textual  de la recién bautizada sifrinazi: “Caracas sería genial, sin la gente”. El problema es que es más fácil reírnos de estos carajitos sin vocabulario y con demasiados privilegios, en vez de enfrentarnos  a eso  que están diciendo: que nos estamos yendo todos. Porque lo estamos, no se me hagan los pendejos.

El  ocioso que creó la cuenta @elestedeleste en twitter seguramente no dudaría tres segundos en mudarse tan al este como se pueda, si no es que ya vive ahí. La que se indigna con el gordito que quiere salir a las tres de  la mañana a rumbear seguramente ha podido viajar y se ha montado en un autobús a las tres de la mañana, volviendo de la rumba, y ha dicho “que cagada que yo no puedo hacer esto en mi país”. Entonces ¿Cuál es la indignación? Más allá de pensar que estos niños se están graduando sin poseer un vocabulario mayor a 100 palabras. ¿Por qué nos bastaron 17 minutos en HD para dejar salir el odio más encarnizado y lo peor que podemos ser y escribir contra 5 chamos a los que no hemos visto nunca en la vida? (al de Rawayana sí lo hemos visto todos, en algún toque en Le Club. De nuevo: no se me hagan los pendejos)

¿Por qué nos tenemos tanta arrechera? ¿Qué mierda le pasó a mi generación y a la que viene, que gastamos tantísima energía en la criticadera, en creernos dueños de la verdad sólo porque pasamos todo el día conectados a una computadora?

Son todas preguntas que surgen a partir del infame video, pero que ya me vienen comiendo la cabeza  desde hace rato. Porque yo soy la primera que se quiso ir “pa poder salir a las 3 de la mañana”, entre otras cosas. Porque tengo un año viviendo en otro país, y salvando a los amigos que se vinieron conmigo, me da urticaria encontrarme con otro venezolano afuera, que sólo quiera hablarme de Chávez o de las carpetas Cadivi.

¿Es o no es Caracas una ciudad de despedidas?, ¿son o no son esos chamos tan caraqueños como cualquiera de los que sí sabe qué hay de Chacaito para allá? ¿Cómo nos sacamos este odio tan maldito que llevamos dentro, de una sola y buena vez? ¿Seremos alguna vez de nuevo un solo país, con matices, pero uno solo?

¿Hasta cuándo vamos a ser Caracas, ciudad de trolles?


Por si no sabes de qué hablo: Caracas, ciudad de despedidas

21.3.12

Una pelotuda importante

Creo firmemente que a la gente no le gusta el artista feliz. Quizá se deba a mi escepticismo con tendencias fatalistas, o tal vez tenga que ver con mi absoluta incapacidad para escuchar música de Diego Torres o para leer a Coehlo.

Desde que publico en este blog, y desde que leo muchos otros, noto como los comentarios vienen en avalancha cuando se habla de desamor, de rabia, de tristeza o de decepción, como si fuera mucho más fácil conectarse con la bronca o intentar un consuelo inútil con unos pocos caracteres.

No puedo recordar ningún blog que se haya hecho popular - escribiendo relatos personales- que haga foco en la vida feliz en pareja, o en la dicha de ser soltero, o sobre lo bonito que es despertarse cada mañana para sentir el calor de un nuevo día.

El punch siempre está en la anécdota tragicómica, en la catarsis pendenciera o en el desahogo casi suicida. Póngase a ver, ¿acaso no los atrapa más un texto violento? ¿uno donde se mande a la mierda a alguien? ¿uno donde haya mucha puteada bien administrada?. A mi sí, y capaz es mi problema.

Pero es por eso que hasta hoy me he contenido de escribir sobre lo feliz que me estoy despertando a la mañana o lo bonito que suena el mundo justo después de escuchar su voz.

Después de años de sacarle provecho literario - según yo- a mi eterna soltería, no me hayo contándoles que cuando me detengo frente a mi reflejo en algún espejo tengo una cara de pelotuda importante, y casi casi puedo ver mis pupilas en forma de corazones.

¿Notaron que escribí pelotuda?, también por eso me estoy guardando, es que tengo miedo que mis lectores (?) de siempre caigan en cuenta de que me rendí a la jerga de estas latitudes, principalmente para que él pueda entenderme mejor. Aunque le encanten mis venezolanadas que casi nunca entiende.

Releo algunos textos de antaño, y noto como la prosa me salía más bonita - según yo- cada vez que me rompían el corazón. Ustedes no tienen por qué saberlo, pero cada uno de esos textos desgarrados que publiqué intentando sanarme alguna herida tiene nombre y apellido, nombre de hombre que no me dio bola o al que no quise darle bola yo.

Desde hace un tiempo sólo se me ocurre contarles que encontré alguien que me mira como si no existiera nadie más, que se enfrenta a mi melena fuera de control por las mañanas y todavía es capaz de decir que cuando me despierto me veo hermosa. Imagínense, YO escribiendo bajo la cursi e insoportable influencia del enamoramiento. Díganme si no es casi una afrenta.

Sigo sin poder escuchar a Diego Torres cantando pavadas, pero ahora hay una minúscula parte de mi, una que oculto y mantengo bajo llave, que le cree sin remedio cuando nos manda a pintarnos la cara color esperanza.

Ya sé que es terrible esto que les cuento, y les prometo evitar a toda costa seguir escuchando semejantes cursiladas. Pero una cosa sí les digo: es 2012, chicos, y esta debe ser sólo otra señal del apocalipsis.