Si hubiera sabido a los 16 años lo que sé ahora, mi postadolescencia se hubiera parecido menos a un capítulo de Everwood y más a uno de The Real World.
Tendría que haber sabido que a los hombres que te gustan, tienes que hablarles con honestidad, sin poses, sin tratar de disimular que dices groserías o que no sabes de fútbol. Mostrarte como eres (aunque suene a cliché) porque es la única forma de atraer a alguien. Al menos alguien que valga la pena y el esfuerzo que implica la conquista.
Tendría que haber sabido que a veces hay que decir que sí. Que sí vas a ir a caerte a birras aunque sea martes, o a la playa directo de la uni un viernes (aunque no tengas traje de baño). Porque de esas aventuras inesperadas salen los mejores recuerdos. No es tan importante ese examen del día siguiente, y tu papá nunca te va a esperar con la maleta en la puerta para botarte de la casa. Todos son mitos, cómo cuando nos decían que estudiar logaritmos en el colegio nos iba a servir para algo.
Tendría que haber sabido, que cuando una mujer habla mal de ti no es tu amiga. Así lo jure llorando y con un puñal en la mano. Así te diga que no era su intención. Que ella no sabía que te gustaba el tipo. Simplemente no es de confiar, y la gente que no es de confiar no permanecerá suficiente tiempo en tu vida como para que te tomes la molestia de perdonar.
Tendría que haber sabido que uno no se enamora de todos sus amigos. Que esa cosa bonita que se siente cuando un pana te trata con amor, cuando te dice justo lo que querías escuchar, o cuando se aprende cual es tu libro favorito, no es amor. Al menos no ESA clase de amor. El amor de ese tipo se siente en otro lado. En el instinto.
Eso me recuerda, que tendría que haber sabido que cuando el tipo la caga en repetidas ocasiones, no significa que tuvo un desliz, que se le pasó, pero que él no es así. De hecho, sí lo es. La cagó porque no le importas (de esa manera), no te inventes historias. Eso tendría que haberlo sabido desde el cuarto grado.
Lo que no supe en ese momento, y agradezco no haber sabido, es que esa personita que conocí el primer día de clases (aunque no lo recuerdo) se iba a quedar para siempre, como uno de los tesoros más preciados que tengo. Que estaba empezando la etapa de mi vida que me convirtió en lo que soy hoy, sea bueno o malo. Que iba a encontrar el primer amor -de mentira- y el primer amor - de verdad-. Que iba a dejar pasar de largo a algunas personas que tiempo después demostrarían su valor en oro. Que iba a aprender todo lo que importa aprender. Y que no iba a darme cuenta sino cuando todo hubiera terminado.
Si me encontrara hoy de frente con la que era a los 16 años, no la reconocería. La dejaría pasar de largo también.
Por ñoña.
Por malvestida.
Por sosa.
Por insignificante.
Por miedosa.
Por impertinente.
Por desubicada.
Todo eso era yo antes de ser yo. Y seguramente siempre lo seguiré siendo.
Aunque intente ocultármelo.
Tendría que haber sabido que a los hombres que te gustan, tienes que hablarles con honestidad, sin poses, sin tratar de disimular que dices groserías o que no sabes de fútbol. Mostrarte como eres (aunque suene a cliché) porque es la única forma de atraer a alguien. Al menos alguien que valga la pena y el esfuerzo que implica la conquista.
Tendría que haber sabido que a veces hay que decir que sí. Que sí vas a ir a caerte a birras aunque sea martes, o a la playa directo de la uni un viernes (aunque no tengas traje de baño). Porque de esas aventuras inesperadas salen los mejores recuerdos. No es tan importante ese examen del día siguiente, y tu papá nunca te va a esperar con la maleta en la puerta para botarte de la casa. Todos son mitos, cómo cuando nos decían que estudiar logaritmos en el colegio nos iba a servir para algo.
Tendría que haber sabido, que cuando una mujer habla mal de ti no es tu amiga. Así lo jure llorando y con un puñal en la mano. Así te diga que no era su intención. Que ella no sabía que te gustaba el tipo. Simplemente no es de confiar, y la gente que no es de confiar no permanecerá suficiente tiempo en tu vida como para que te tomes la molestia de perdonar.
Tendría que haber sabido que uno no se enamora de todos sus amigos. Que esa cosa bonita que se siente cuando un pana te trata con amor, cuando te dice justo lo que querías escuchar, o cuando se aprende cual es tu libro favorito, no es amor. Al menos no ESA clase de amor. El amor de ese tipo se siente en otro lado. En el instinto.
Eso me recuerda, que tendría que haber sabido que cuando el tipo la caga en repetidas ocasiones, no significa que tuvo un desliz, que se le pasó, pero que él no es así. De hecho, sí lo es. La cagó porque no le importas (de esa manera), no te inventes historias. Eso tendría que haberlo sabido desde el cuarto grado.
Lo que no supe en ese momento, y agradezco no haber sabido, es que esa personita que conocí el primer día de clases (aunque no lo recuerdo) se iba a quedar para siempre, como uno de los tesoros más preciados que tengo. Que estaba empezando la etapa de mi vida que me convirtió en lo que soy hoy, sea bueno o malo. Que iba a encontrar el primer amor -de mentira- y el primer amor - de verdad-. Que iba a dejar pasar de largo a algunas personas que tiempo después demostrarían su valor en oro. Que iba a aprender todo lo que importa aprender. Y que no iba a darme cuenta sino cuando todo hubiera terminado.
Si me encontrara hoy de frente con la que era a los 16 años, no la reconocería. La dejaría pasar de largo también.
Por ñoña.
Por malvestida.
Por sosa.
Por insignificante.
Por miedosa.
Por impertinente.
Por desubicada.
Todo eso era yo antes de ser yo. Y seguramente siempre lo seguiré siendo.
Aunque intente ocultármelo.