27.11.11



Pasado un mes ya he aprendido a distinguir casi a primera vista a los lectores Orsai del público común.

La dinámica suele ser siempre la misma con ellos, el lector Orsai entra al bar como si fuera habitué, aunque sea la primera vez que lo visita, va directo a la biblioteca, toma el libro o el número de la revista que prefiere y se sienta en la mesa más fresca y más iluminada que encuentra desocupada. A veces ni siquiera ven el menú, ya saben qué trae la picada mercedina y si no tienen hambre se piden una cerveza o un fernet que luego toman de a sorbitos, muy concentrados en lo que leen.

En cambio, los que caen sin saber nada, sólo porque al pasar les pareció que este era el bar más bonito, se fijan en la biblioteca una vez que se han sentado, o después de ver que el menú, además de picadas y tragos ofrece libros y revistas.

Yo obviamente prefiero a los de la congregación, pero se sabe que soy bastante sectaria. También se sabe que soy bastante egocéntrica, entonces mi más favoritos son los que además de leer Orsai me reconocen como la moza-tuitera y me llaman por mi alias. Es que se oye muy bonito cuando preguntan si soy laperfecta.

Los que se sientan a leer se diferencian unos de otros por la magnitud de la sonrisa. El que lee alguna revista a veces tiene una expresión relajada, casi siempre dejan escapar una sonrisita de esas que tuercen la comisura de la boca cuando llegan al pie de página.

El que lee el libro del gordo se rie ya con todos los dientes, cada página y media aproximadamente, a veces es más. Nunca menos.

Y desde que llegaron los libros de Playo cada tanto alguien suelta una carcajada completa, que si es temprano y aún no se ha llenado el bar rebota en las paredes y nos hace dar la vuelta para ver al que ríe. Al parecer tenían razón los que me decían que los cordobeses son los argentinos más divertidos.

Cada semana llegan más libros, algunos de cuentos y otros de poemas, así que seguramente empezaré a ver gente que suspira, capaz alguno que llora. Para esos me estoy preparando con un vino cortesía de la casa, porque no se puede dejar sin copa a uno que llora leyendo un poema, es casi un derecho humano.

Hasta ahora no pasa un día sin que haya al menos uno leyendo en el bar, y no saben lo contenta que estoy, se siente casi como estar en casa.