19.5.11

Un día en un sueño, soñando, soñé

Cuando duermo boca arriba tengo pesadillas. Siempre que despierto de un mal sueño me encuentro en posiciones insólitas, con una pierna cruzada aplastada bajo la otra, o con los brazos completamente estirados hacia arriba y agarrándome una muñeca, como asfixiando la mano.

Durante mi adolescencia fueron muchas las veces que mi madre me despertó asustada, creyendo que estaba a punto de caerme de la cama, se despertaba cuando me oía hablar en sueños y al llegar a mi habitación me veía con la cabeza colgando del borde de la cama, o con una pierna en alto, cruzada sobre la otra. Siempre boca arriba.

Anoche me despertó mi madre, parece imposible porque dormíamos a miles de kilómetros de distancia, pero fue uno de esos sueños en los que sueñas que estás soñando, y te despiertas dos veces.

En el primer sueño algo me aplastaba y yo tenía miedo, entre la penumbra podía ver que mi hermana dormía en el suelo, al lado de mi cama. Trataba de llamarla, gritaba su nombre en mi mente, pero no me salía la voz. Lloraba frustrada, pero también mentalmente, porque tampoco me salían las lágrimas.

Cuando logré emitir sonidos, en el sueño, lo que me aplastaba me empezó a hacer mucho daño, estaba muy asustada y recordé que mi mamá siempre me dice que cuando tenga pesadillas rece el Padre Nuestro. Es muy raro, porque ella no es religiosa, pero lo recordé e intenté hacerlo. Debe ser el único ápice de religiosidad que me queda. Después de tantos libros, abracé un agnosticismo primero inmaduro - diría que hasta hipster - que ya a estas alturas me define en algunas de mis formas.

Me dio miedo darme cuenta que ya no recordaba el Padre Nuestro. Me desperté, en mi cuarto en Buenos Aires, y justo entonces mi mamá entró y le conté que ya no me sabía la oración, ella lo recitó para mi. Cuando hubo terminado reconocí que soñaba. Era imposible que mi madre entrara a mi cuarto en Buenos Aires, ella está en Venezuela.

Me desperté por segunda vez y ahora sí estaba despierta, como petrificada sobre la cama, en una especie de posición egipcia.

Por un segundo recordé todas las veces que me he despertado asustada por un sueño, siempre que pasa estoy boca arriba. Ya estoy muy grande para llamar a mi mamá cuando tengo una pesadilla. Además hubiera sido aterrador despertarla a la madrugada estando tan lejos, sin contar lo desconsiderado. Así que lloré, sola, sentada sobre mi cama viendo el lugar donde mi madre se había sentado hacía un par de minutos, en mi sueño.

Y con vergüenza, contra mi misma, a pesar de todo lo que digo, hago y sé, recé un Padre Nuestro que me hiciera sentirme de nuevo cerca de ella. Y lo hizo. Luego dormí.

9.5.11

¿Lo viví o lo leí?


El sábado viajé por primera vez en tren. Cuando se lo cuento a la gente de acá me preguntan si en Venezuela no hay trenes, yo les digo que no para no extenderme en explicaciones y a ellos no les extraña mucho porque acompaño el comentario explicando que somos un país petrolero donde la gasolina es más barata que el agua y por eso nos movemos en autos siempre.

El ferrocarril a Los Vales del Tuy y el de Los Teques son relativamente nuevos y nunca tuve necesidad de usarlos, además debo confesar que no me hacía ni un poco de gracia imaginarme metida en ese berenjenal que se ve en los videos de youtube que muestran la estación de La Rinconada con gente corriendo como dementes para no perder la transferencia.

Tampoco fui nunca a El Consejo, aunque lo consideré muchas veces, pero se quedó como uno más de esos miles de paseos que nunca hice por falta de planificación o entusiasmo. Con vergüenza debo decir que no fui nunca a Choroní ni a Cuyagua, ni a Mochima, ni a Los Roques, ni a Canaima.

Es más, no sé que hice los 25 años que pasé en tierra bolivariana, porque visto así no hice un coño de lo que hay que hacer. Dejé todas esas cosas para después y bastante que me quejaba de "no tener nada para hacer" cada fin de semana. Me quedan todas esas deudas para cuando turistee de nuevo en Venezuela.

Decidida a no repetir errores de este lado del mundo, me embarqué a mi primer viaje turístico, aunque suene a mucho porque fue sólo un paseo de 45 min en un trencito que me llevó a Gran Buenos Aires, que es lo mismo que haber tomado el tren de los Teques para pasear en la Gran Caracas.

Las vías del tren pasan primero frente al aeroparque, y desde allí puedes ver los aviones y las pistas mientras avanzas en el terco armatoste metálico, terco porque se mueve sólo en una vía, debe ser aburridísimo no poder salirse nunca del carril.

Justo después puedes ver un pedacito del río, a lo lejos, y luego comienzas a ver las casas de las zonas residenciales que hacen vida alrededor de cada estación.

Mientras veía por la ventanilla las cientos de casas que íbamos dejando atrás pensé en escribir este post, sobretodo porque un recuerdo literario me asaltó y me conmovió y los que me acompañaban en ese momento no supieron apreciarlo cuando lo conté, o al menos eso me pareció. Me dije, cuando lo cuente en el blog seguro habrá alguien que se emocione tanto como yo por esta pavada que me vino a la mente al pasar en un tren frente a un montón de casas.

Inesperadamente ayer leía uno de mis blogs favoritos, Rostros de Viento, y el autor hablaba de los recuerdos literarios, y para más señas su recuerdo y el mio son del mismo autor. No les tengo que decir que me emocioné, que pensé en los guiños de los que siempre hablo, que sentí el impulso de venir corriendo a escribir esto y no seguir dejándolo para después. Y aquí estoy, y doy mil vueltas para contarles algo porque necesitaba teclear mucho, es que justo debo escribir un ensayo y una vez me dijeron que si debemos leer o escribir algo que no nos inspire o que no nos guste lo más conveniente es leer o escribir antes algo que sí, para ejercitar el músculo creador.

Volvamos al recuerdo literario. Prometo no dar más rodeos. Mi viaje en ese tren que pasaba por los patios de todas esas casas me llevó en un microsegundo al cuento de Cortázar "Final del juego". Necesito que se emocionen conmigo, entonces si no lo han leído, vayan .

Listo. Ahora ya saben que el cuento trata sobre tres chicas que esperan la hora de la siesta para salir al patio de su casa, por donde pasa el tren que viene de Tigre, a jugar a las "estatuas y actitudes", ataviadas con trapos y expresiones teatrales, petrificadas, mientras observan las reacciones de su público, los pasajeros del tren.

Mi recuerdo fue casi cinematográfico, porque una vez que me hube concentrado, pude ver en mi memoria a una chica cubierta con un trapo blanco y usando una corona de flores, parada bajo el sol. Sé que suena a payasada, a que me las quiero dar de intensa y literata soñadora, pero es cierto. Creo que en el cuento nunca se describe una estatua como esa, pero cuando lo leí eso fue lo que me imaginé.

Ya me pasó antes, pero esa vez iba sola y no hubo con quien compartir el recuerdo. Caminaba por alguna callecita de Palermo y había un paraguas tirado en el suelo, dañado y sucio, y de inmediato pensé en el paraguas que La Maga y Oliveira abandonan en un barranco luego de haberlo usado para darle punzadas a la gente en el subte.

Me gusta recordar escenas de libros como si fueran escenas de películas. No lo voy a negar, me gusta principalmente porque me hace sentir especial. Cosas de egocéntricos con delirios de grandeza, no puedo evitar creerme mejor que la gente que no lee. Tampoco puedo evitar querer más a la gente sólo porque lee lo mismo que yo. O porque lee, punto.

Lo bueno es que siento que me vine a la ciudad adecuada para que me sigan pasando este tipo de cosas. Cuidado si no estoy acá sólo porque Cortázar es mi autor favorito. Sería un snobismo casi insoportable, lo sé. Quizá por eso nunca lo he concientizado.

Prediero decir que me vine para acá porque hay estaciones, pero es más barato que Europa. O que vine porque había un posgrado que me gustaba. O que me enamoré de Buenos Aires desde el instante en que pisé la calle Corrientes. Cualquiera de esas. Es que es demasiado ingenuo mudarse al otro lado del continente nada más porque ahí se desarrollan tus cuentos favoritos.

Entiendan que llevo la vida tratando de disimular mi ingenuidad. Disfrazada de actitud. O sea, jugando a las estatuas y actitudes.