25.7.11

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Hagamos honor al cliché y dediquemos unas palabras a la ciudad que me vió nacer, por su anivesario.

Desde la distancia se ve todo más bonito, pero aprovechemos mi intento de subjetividad y que aún no ha pasado demasiado tiempo desde que despegué de Maiquetía.

No extraño ni un poquito el miedo y la paranoia. Y no me hace falta la cola de la autopista a las seis de la tarde.

Si por mi fuera no volvería a pisar Chacaito, menos cuando llueve, menos si es para entrar al metro. Nunca me hará falta Sawú, Barriot, Romeo ni ninguno de sus asiduos visitantes.

El imbécil que se mete por el hombrillo ya casi se me olvidó, y el motorizado que me atropelló (y todos sus colegas) ya es un recuerdo lejano, a punto de ser erradicado para siempre, como un tumor.

La vieja que sale con una cacelora a la segunda avenida de Los Palos Grandes se me olvidó cuando el avión no alcanzaba ni la mitad de la altitud máxima del vuelo Caracas - Buenos Aires.

El vivo que se me coleaba en la fila de aquel ministerio, el carajito que guardaba 17 puestos en el cine del Tolón y el chofer de la camioneta que ponía a Eddy Santiago a todo volumen, por mi ya pasaron a mejor vida, todos, a una fosa común.

Las Mercedes inundada un viernes de quincena. El estacionamiento del San Ignacio colapsado un sábado. La Plaza Venezuela convertida en estacionamiento, violento y ruidoso, cualquier día de la semana. Todas son imágenes casi eliminadas de mi base de datos.

Pero aún me despierto algunos domingos con ganas de ir a comer panquecas con mi gente a Boston Bakery.

Aquellas dos guacamayas azules que pasaron volando a dos metros del carro donde estaba - estacionada- en la autopista no se van a olvidar jamás.

Tierra de Nadie y el Aula Magna, en mi UCV, son todavía, y para siempre, dos de mi lugares favoritos en el mundo entero.
La terraza del 360 seguirá siendo el escenario ideal para cualquier primera cita. Los jardines de Los Galpones de los Chorros son aún mi sala de cine favorita.

Nunca me voy a comer nada más rico que una arepa de guayanés en El Budare. O un perro, después de la rumba, en la Texaco.

Jamás voy a emborracharme y gozar tanto como lo hice en El Molino.

No se me olvida ninguno los 350 tipos de verde que muestra el Ávila, dependiendo del mes, la hora o el ángulo desde donde lo miras.

Caracas será siempre el lugar donde me enamoré por primera vez. Y donde me rompieron el corazón, ya perdí la cuenta de cuantas veces.

En ese valle se acuestan y se levantan todos los días - todavía- algunas de las personas que más amo, y que más me aman, de paso.

Hay dentro de sus límites dos o tres casas donde todavía me recibirían como en mi propio hogar.

Caracas será siempre mi Caracas. Aunque a veces pareciera que ya no la quiero más. Aunque Buenos Aires sea cada vez más Mi Buenos Aires. Aunque ya me haya acostumbrado a no buscar aquella muralla verde para ubicar el norte.

Así que Feliz Cumpleaños, Caracas. Y me perdonas el cliché.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que lindo post negra... me alegra saber que esas guacamayas las viste en mi carro y que esas sesiones de cine al aire libre, las tuviste conmigo ñ_ñ

Anónimo dijo...

No se cómo y por qué, pero me topé con tu blog y, debo admitir que soy adicta a ti, simplemente no puedo dejar de leerte. Será que en el fondo me estoy enamorando de tus escritos? Ese seria mi lado lesbico, como dirias tu (Sí, soy mujer). Bueno en fin, me encanta tu blog.

Saludos, espero seguir leyendote.

Charal dijo...

=) Bonito... ¡Muy bonito!